Si Octubre de 1917 supuso el detonar de un cañonazo de revolucionaria luz que convertía en referencia práctica, tangible y real las aspiraciones de libertad de todos los oprimidos del mundo, la clausura, a finales del siglo pasado, de este periodo de revoluciones que la experiencia bolchevique abrió nos deja en una babel de desesperanza, donde, de manera hegemónica, se encuentran perdidas y desenfocadas las certidumbres sobre la construcción de una vida social sobre bases radicalmente distintas a las de las tinieblas del capitalismo. Es indudable que nos encontramos en un punto de transición entre dos momentos cruciales de la historia, lo cual resulta siempre desconcertante: el comunismo está en crisis, y lo está, fundamentalmente, como movimiento práctico revolucionario, capaz de superar, en tanto que revolución en marcha, el discurrir de la gris cotidianidad de la sociedad burguesa. Es clave en esta crisis el hecho de que el comunismo se ha desecado como teoría de vanguardia, esto es, como foco preparado para atraer la mirada, la atención y la convicción, así como conducir las energías de todos aquellos que se preguntan qué hacer para subvertir un mundo agonizante que se encuentra históricamente escindido en clases sociales.
Esto no significa otra cosa que la constatación de que un ciclo de revoluciones proletarias ha terminado: que hoy por hoy el comunismo no está en condiciones de abrir inmediatamente una alternativa revolucionaria al capitalismo. No lo está porque la revolución misma agotó el siglo pasado las premisas sobre las que partía: aquel proletariado consciente que, en una parte o en otra del globo, se atrevió a hacer realidad histórica el proyecto comunista, llevó hasta sus últimas consecuencias el marxismo que constituía su concepción del mundo; un marxismo que no es, como todo elemento de la materia, sino el fruto histórico de la convulsa y revolucionaria época en que nació. Y es que si invocamos el espíritu de Octubre, de ese histórico y rojo Octubre de 1917, con toda la radicalidad y profundidad que ello tiene, de vuelta a nuestros días, no podemos dejar de extraer lecciones universales de él. El Ciclo de Octubre, como decíamos, ese periodo de revoluciones que se abre de la mano del bolchevismo en Octubre de 1917, instituye la revolución proletaria como magnitud histórica y social, nutrida en lo esencial del proyecto genialmente formulado como concepción del mundo por Marx y Engels y de la asunción y desarrollo social que éste había tenido en relación con la histórica tradición y aspiración de libertad de la humanidad que condensó, entre otras cosas, la socialdemocracia de toda una época.
Así pues, ese ciclo revolucionario bebe de dicha formulación en un manantial de fuerzas sociales ubicadas en un determinado marco histórico que explica buena parte de su actuar: por un lado, el último aliento de la revolución burguesa decimonónica y por otro, la conformación del proletariado y su propio despertar. Ese ciclo se enmarca, entonces, en la etapa de maduración del hijo más universal y consecuente del capitalismo, el proletariado; trance históricamente impregnado por ese entrelazamiento entre dos procesos sociales que marcaron objetivamente el paradigma o la manera en que el proletariado concebía la revolución social.
Como exige la comprensión materialista dialéctica de la realidad, asumir que esa señalada marca no es una herida tangencial sino un elemento clave en su despliegue tiene implicaciones para el modo en que el sujeto revolucionario puede hoy hacerse carne, tiene consecuencias en lo que respecta a la ausencia de cobertura revolucionaria general de los procesos de convulsión, protesta o transformación político-social que se generan en la actualidad: no podrán caminar hacia el comunismo sino en la medida en que éste asuma la victoria de la burguesía y del revisionismo, portador interno de la conciencia burguesa de nuestra clase en el propio marxismo, en tanto que contraparte de la derrota del comunismo revolucionario, y sea capaz de volverlo a situar como referencia de todos los oprimidos. Y es que, en ese lapso de prácticamente todo un siglo, el proletariado revolucionario modificó no sólo sus propias circunstancias, la vieja sociedad contra la que con plena radicalidad y coherencia se rebelaba, sino a sí mismo, su propia posición: esto nos ofrece un cuadro de hitos y de derrotas[1] que es necesario analizar, asumir, y reformular para atisbar en qué lugar nos encontramos y cómo podemos volver a arrancar el motor de una internacional locomotora comunista.
El cierre de eso que denominamos Ciclo de Octubre nos deja en un escenario donde los aspectos que un día conformaron a un indudable proletariado revolucionario encarnado en un Partido Comunista, esto es, un auténtico movimiento revolucionario organizado(una vanguardia armada con la cosmovisión revolucionaria, el marxismo, que resultaba hegemónico entre los sectores que buscaban conscientemente un mundo por ganar; y unas masas trabajadoras dispuestas a entrar prestas al fragor de la batalla sin nada que perder) ya no concurren al tablero de juego de la misma manera que un histórico día de 1917. La ausencia de referencialidad del comunismo entre quienes se plantean, piensan y proyectan la superación de la sociedad de clases y la inexistencia de un movimiento de masas objetivamente desgarrador del estado de cosas actual son dos elementos que no pasarán desapercibidos para cualquier mero observador de nuestra posmoderna vida política. El magma revolucionario del Ciclo de Octubre se movía aún en un cruce de caminos. Por una parte, los últimos bayonetazos de la rebelión política de la burguesía contra los restos del viejo aparato feudal, lucha que había instituido el movimiento de las masas y la revolución como fundamento del quehacer político moderno. Por otra parte, los cañonazos como los del buque Aurora, expresión de una clase naciente que adquiría creciente noción de su miseria y sus cadenas mientras encontraba un estado de cosas en objetivo movimiento disolvente de lo anterior como base de su actuar, así como de una vanguardia que cobraba conciencia de su potencialidad histórica. Pero hoy todo ello ya no es una certeza: todo movimiento que surge de las entrañas mismas del capital acaba en el Estado, en pactos, parcheados, enmiendas o arreglos diversos, y no existe ya en el panorama de lo imaginable y lo realizable la principalidad de una concepción del mundo que pone la revolucionarización consciente de la sociedad de clases como tarea histórica.
Sin embargo, para nada es todo desesperanza: el fin de ese primer ciclo de la Revolución Proletaria Mundial (RPM) no sólo nos habla de su agotamiento sino también de la llegada del proletariado a su plena madurez. Hoy, ya cuenta con experiencia propia e independiente a sus espaldas. Es la existencia misma de esta experiencia práctica la que nos permite mirarnos en un espejo a través del cual plantearnos cómo vernos, de nuevo, como clase independiente y revolucionaria, pues nos encontramos en disposición de extraer la enseñanza universal del marxismo revolucionario: la vocación de romper con la lógica del mezquino y autorreproductor discurrir del capitalismo, de la podredumbre de la sociedad burguesa. Se trata de la ruptura con el objetivismo a través de la creciente comprensión del legado revolucionario de nuestra clase, de un ciclo entero de revolución proletaria que partía de la condición de necesidad de quien, audazmente, se atreve a transformar, a hacer perecer todo lo que existe, en el marco de unas determinadas coordenadas históricas; a través de una consistente elevación a las posiciones históricas que dicho legado nos permite conquistar hoy, haciendo madurar el marxismo a la altura de unas circunstancias que objetivamente acumulan un siglo de revoluciones a sus espaldas y que, precisamente por ello, ya no se encuentran en un marco de entrelazamiento histórico entre dos aguas de época. Y todo esto no nos habla de otra cosa que de la vanguardia como actor esencial para poner en marcha la revolución: sin la perspectiva y la labor de la vanguardia, nadie abrirá el telón.
Por todo ello, Aurora bebe de esta tradición revolucionaria, cuyas últimas gotas entiende vertidas al bagaje experiencial del proletariado de un primer ciclo revolucionario, pero cuyo aroma universal recoge, dado que sigue vigente históricamente, y busca proyectar, propagar y ampliar: Aurora se enmarca en el espacio político de la encomienda histórica que el marxismo consecuentemente revolucionario tiene por delante, la reconstitución ideológica y política del Comunismo, como único movimiento capaz de trastocar los pilares más recónditos de la sociedad de clases y forjar unos cimientos sociales nuevos. La tarea histórica, por ende, de cualquier proletario consciente en nuestros días no es otra que la instauración de la civilización comunista, lo cual primero, y como garantía y acuse de recibo histórico del leninismo, pasa por comenzar a restituir y preparar la revolución en el aspecto del proletariado del cual ha de partir la iniciativa en la transformación consciente del mundo y de sí mismo: la vanguardia. La reconstitución ideológica no es sino, como decíamos, la recuperación del legado universal del marxismo, de esos materiales íntimos que puedan haber quedado enmarañados junto con otros elementos de coyuntura por el propio despliegue de la revolución, elementos cuya extracción y desestimación consciente, en base a la aprehensión de la lógica histórica de su necesidad y de su agotamiento, se hace clave precisamente para recomponer esos fundamentos de carácter integral y poder reposicionarlos a la altura histórica y política de las circunstancias actuales, esto es, a la capacidad efectiva de poder articular revolución social hoy.
La hegemonía del revisionismo en el Movimiento Comunista nos ofrece una clara mirada sobre su naturaleza, carácter y proceder, que no son otros que la insistente demostración de su completa bancarrota. Un leve vistazo a este tablero político nos permite observar cómo ninguno de aquellos destacamentos o sectores que se mantienen en los juegos de siglas, de sillas o de clics por determinar quién es el auténtico partido comunista, es capaz, reiteradamente, de engendrar revolución a ninguna escala, de actuar como Partido Comunista en un sentido leninista, esto es, como movimiento revolucionario organizado, o, en otras palabras, carece de la capacidad real de obrar en el plano de la transformación de raíz del sistema social. La inoperancia histórico-social de aquellos enfangados en papeletas y sindicatos, o de aquellos que intentan reconstruir “el partido” como “unidad de los comunistas”[2] muestra su incapacidad de asimilar la más mínima conquista, ni teórica ni histórica, del leninismo: la necesidad de que todo punto de partida de cualquier revolución social en la era de la RPM ha de ser el elemento consciente, por lo que cualquier proceso de ampliación política que no tiene como eje vertebral la dirección consciente de la ideología revolucionaria supone un juego ya no sólo de suma cero para la revolución, sino que, más aún, contribuye a la reproducción y al perfeccionamiento de las cadenas cotidianas de todos los oprimidos. Cotizan, en este sentido, el revisionismo y el reformismo en la medida en que oscurecen el vislumbrar la línea lógica de continuidad que une, en la fase imperialista del capitalismo, el ansiógeno recorrido de los movimientos espontáneos con el apuntalamiento corporativo del Estado. Contribuyen a ocultar la naturaleza actual de los movimientos espontáneos como vasos comunicantes entre la impotencia de la reforma y el reforzamiento de lo dado. Así, con más de cien años de enseñanza a espaldas proletarias, nada más útil que retomar aquel único camino que se demostró históricamente revolucionario: la experiencia independiente de nuestra clase, sin esperar que nos indique Martínov [todos nuestros oportunistas actuales, diríamos hoy] dónde se ha visto que, por el único y solo hecho de dirigir la lucha sindical, se haya logrado transformar el movimiento tradeunionista en movimiento revolucionario de clase[3], ¡pues como ya intuyeron lúcidamente aquellos dos geniales alemanes, la burguesía y el incesante dinamismo de su sistema social siempre dejarán algún hueco para seguir reproduciendo su descomposición y atesorando cada vez mayores cotas de confusión y bochorno![4]
Dadas estas circunstancias, el insoslayable camino que se abre ante el proletariado consciente para la construcción de una civilización radicalmente distinta a la clasista, pasa por asimilar el hecho de que las únicas tareas que tenemos por delante para transitar hacia la revolución son las revolucionarias. Un sendero que cada vez sienten en sus carnes más proletarios y proletarias, colmados de espontáneo abatimiento y dispuestos a revertir la desnutrición intelectual que la burguesía y el revisionismo les ofrecen como intrínseco porvenir y a transformar en una consciente convicción comunista. Así pues, nuestra labor hoy no es otra que la de elevarnos a la comprensión de las tareas históricas de los comunistas, paso sin el cual cualquier actividad que intente subvertir el estado de cosas en que nos movemos queda huérfano de direccionalidad, y espolearnos a la aprehensión de quela realización de todo ello no es ningún destino predeterminado, sino que será una obra de libertad del proletariado. Requiere un esfuerzo consciente por preparar las condiciones para rearticular al comunismo como referencia ideológica, como impregnación creciente de la concepción revolucionaria del mundo en aquellos sectores intelectualmente inquietos de la sociedad (vanguardia teórica) y, en íntima vinculación, como movimiento práctico capaz de disolver la vieja y agonizante terrenalidad que ocupamos. Se trata de reflotar la revolución proletaria como luminaria a la que puedan asirse cada vez más proletarios conscientes, la re-instauración de la certidumbre de la posibilidad de que la destrucción de los fundamentos mismos de la escisión de la sociedad de clases, esto es, la división social del trabajo, el trastocado de los mimbres antropológicos más hondos y profundos de la humanidad, aliento de ese milenario anhelo de libertad, hoy es sólo capaz de verse realizado a través de la actividad revolucionaria consciente del proletariado.
Pero resituar el comunismo como referencia sólo es una certeza material y no una quimera academicista si se entrelaza con la tarea de reestablecerlo como movimiento práctico verdaderamente capaz de transformar el mundo y el ser humano mismo, estableciendo un plan político, un plande acción que pueda transitar del quehacer de reposicionamiento del comunismo como teoría de vanguardia, como elemento racionalmente aprehensible y hegemónico en la vanguardia teórica, a su fusión con las amplias masas, a la resolución programática de sus apremios, es decir, a la transformación revolucionaria del discurrir de la vida material a escala social. Esa táctica-plan del marxismo-leninismo de nuestros días, aquél que aprehende la única tarea histórica que no tiene otra meta que el camino independiente hacia la revolución proletaria, se materializa en el Plan de Reconstitución, aquél que se plantea la ligazón consciente entre las tareas estratégicas de la revolución y sus concreciones particulares que permitan dar cuerpo a la reconstitución ideológica y política del Comunismo. En otras palabras, se trata del plan de acción que define conscientemente la adecuación del quehacer político cotidiano a las necesidades estratégicas de la revolución, sabiendo especificar la edificación ideológica, política y organizativa que ello ha de tomar, según el estadio de desarrollo de la vanguardia en el marco de un determinado contexto de lucha de clases.
La preparación de la reconstitución del comunismo hacia la posición de teoría de vanguardia se apoya en un medio cuya naturaleza posibilita la aprehensión de las lecciones universales de la experiencia independiente del proletariado revolucionario: el Balance sobre la propia experiencia de nuestra clase en lucha de dos líneas, fuerza motriz esencial de la vanguardia revolucionaria, que permite, en tanto contraposición ideológica de dos concepciones del mundo clasistas antagónicas, combatir al revisionismo, al reformismo y a todo tipo de oportunismo, de manera que sus caducas soluciones vayan quedando desterradas como primera y principal mirada que tienen quienes se acercan a la imaginación de un fin para la agonía permanente e insuperable desde sus mismas bases del capitalismo y a la proyección ideológica de otro mundo posible (la vanguardia teórica). El Balance del Ciclo de Octubre, entendiendo las circunstancias de impasse histórico tras la clausura de ese primer periodo de la RPM que mencionábamos, es el instrumento esencial de que disponemos para volver a situar al marxismo como concepción del mundo hegemónica entre la vanguardia, y enlaza con el reflotar del elemento consciente de la subjetividad, el legado de la más genuina tradición proletaria, el leninismo: su atención esencial siempre puesta en la independencia de nuestra ideología y nuestra actividad política como única garantía de la direccionalidad comunista[5]. Comprender toda esta sustancialidad que tiene el Balance del Ciclo de Octubre nos permite asimismo tener en cuenta que, políticamente, es aquello que nos permite deslindar campos con el oportunismo. Como medio clave para la reconstitución ideológica, asumir su necesidad y su peso histórico y apostar políticamente por ello es un elemento que objetivamente separa el campo de la revolución de lo que no lo es.
Pero el Balance no es una tarea teorética, ensimismada sobre sí. Como hemos venido resaltando, la propuesta de la reconstitución ideológica y política del comunismo no es aquella de los académicos o de los científicos sociales, sino de los comunistas revolucionarios. Esto implica que nuestro trabajo tiene siempre una proyección práctica, de unos determinados vínculos entre vanguardia y masas, o, en otras palabras, implica la existencia de una línea de masas. Pero, ¿cuáles? Las masas a que nos dirigimos y con quien nos vinculamos no son siempre las mismas: esto implica sostener una concepción radicalmente dialéctica de masas, en función de las tareas que debamos acometer. Siguiendo la estela del Plan de Reconstitución, las masas o el sector del proletariado sobre el que la concepción revolucionaria del mundo puede operar y tener incidencia efectiva hoy no es otro que el que conforma la vanguardia teórica, pero no se trata de que nos resignemos ni limitemosa este suelo social: es que la tarea histórica de reconstitución ideológica pasa por una serie de requerimientos que exigen que nos apoyemos en unas determinadas masas para su cumplimiento, en la medida en que el comunismo no es siquiera referencia ideológica en nuestros días. Así pues, la interacción entre la labor concreta y el radio de acción en este humilde pero histórico jalón del plan de acción consiste en forjar la hegemonía ideológica entre este sector de la sociedad que nos permita dar los pasos pertinentes para que el comunismo sea referencia ideológica, política y organizativa en unos mayores segmentos sociales progresivamente. Establecer esta hegemonía requiere, de nuevo, para no ser una tarea de científicos sociales sino de revolucionarios, plantearse qué sendero hay que seguir en la progresiva complejidad de la construcción de la vanguardia según va quemando etapas avanzando por la dirección que ha trazado. La articulación de la vida política que signa el Plan de Reconstitución requiere en la actualidad que exista esa instancia de referencia a que agarrarse materialmente para ir dotando de creciente cuerpo político-organizativo a la reconstitución ideológica: hay que construir un referente de vanguardia marxista-leninista consciente de sus tareas históricas, esto es, una organización de revolucionarios capaz de engrasar todo un engranaje cada vez más amplio y polifacético de vínculos que no expresan sino la disposición de relaciones de quienes han comprendido la necesidad de la reconstitución ideológica y política del Comunismo y disponen sus fuerzas en una rica telaraña concéntrica, con cada vez más compleja actividad y armazón relacional, que se encamina en una direccionalidad común.
Si algo es un verdadero hito en la historia del marxismo de nuestros días en ese camino hacia la direccionalidad común por la tarea de reconstitución es el espíritu que recorre, durante más de dos décadas, todo el proceso de lucha, propaganda y acercamiento ideológico-político que abre un nuevo momento en 2016 con la creación de un órgano ideológico y político que se propone conscientemente servir de epicentro para la articulación de un profundo y firme movimiento tectónico en el seno de la vanguardia marxista-leninista: Línea Proletaria[6]. Un proceso que tiene detrás el espíritu de la gestación de “un periódico para toda Rusia”, como punto inicial de la organización en torno a una táctica-plan de los marxistas consecuentes, otorga el genuino sentido leninista a este órgano, cuyo principal vector es la ideología revolucionaria y que resulta una firme palanca de elevación sistemática del proletariado consciente a la condición de estratega de la revolución, como educador y organizador colectivo de quienes habrán de convertirse en cuadros revolucionarios.
Desde este marco, cabe comprender cómo el objetivo de la edificación de un referente de vanguardia marxista-leninista supone una apelación a tomar conciencia de la posición que exige nuestra época: tratar de elevarnos a la comprensión del marxismo de nuestros días, que hoy encarna la Línea de Reconstitución y que materializa Línea Proletaria con plena centralidad, como mediación para, asimismo, elevarnos a la implicación consciente en las tareas históricas de los comunistas, en la medida en que, recordando a Lenin “no puede haber un movimiento revolucionario sólido sin una organización de dirigentes estable que guarde la continuidad”[7], y debemos, por tanto, preparar un preludio sólido y firme de aquel organismo social capaz de orquestar revolución a una escala cada vez más amplia, el Partido Comunista.
La pertenencia actual a la trinchera de la revolución es indesligable de una actitud y decisión consciente por enarbolar la bandera de la Reconstitución ideológica y política del comunismo, lo cual nos engarza con su significado profundo: su capacidad de recomponer el marxismo como teoría de vanguardia del proceso social, de resituarlo como foco de quienes se preguntan honestamente por la superación del calamitoso mundo clasista, y su capacidad de originar las mediaciones políticas adecuadas para terrenalizar, con cada vez mayor capacidad de irradiación, de la vanguardia a las masas, la disolución consciente de la sociedad de clases y levantar una sobre nuevas bases. La naturaleza de la atómica y dispersiva época abierta tras el cierre del Ciclo de Octubre en conexión con la lucidez histórica alzada por casi tres décadas de propuesta política en firme por la Reconstitución del Comunismo nos impelen a enfatizar la construcción del referente de vanguardia marxista-leninista, de ese organismo prepartidario capaz de volver a poner sobre la mesa la luminaria de la revolución proletaria y de emprender y engarzar las distintas labores requeridas para ello, lo cual no parte hoy de un caldo social en ebullición sino que sólo podrá ser obra consciente e implementada por la vanguardia misma. En este sentido, Aurora constituye un intento de contribuir a esa propagación, educación y elevación ideológica de la vanguardia en el Plan de Reconstitución y sus distintos objetivos y requerimientos; una apelación a la templanza, entereza y tesón que requiere un momento de impasse histórico como el que vivimos para coadyuvar a la construcción de un movimiento revolucionario articulado por la concepción del mundo capaz de suponer la única alternativa histórica real y efectiva al capitalismo: la instauración de la civilización comunista.
La Redacción
Junio de 2020
[1] No nos referimos aquí a tal o cual episodio concreto, desde una noción positivista donde el hilo de esas revoluciones es algo así como una suma de aciertos y errores, donde cabría haber potenciado más los primeros para que aquellas llegaran a buen puerto, sino a la propia comprensión dialéctico-histórica de dichos “hitos y derrotas”, esto es, a las premisas históricas que conforman al propio sujeto y le hacen avanzar.
[2] Esto es, unidad organizativa derivada del agregado de voluntades subjetivas, de la suma de destacamentos o individuos que se conjugan, primero, orgánica y políticamente sin tener en cuenta, en primera instancia, ideológicamente, hacia dónde van, es decir, sin plantearse una hoja de ruta superior, cualitativamente, que la reproducción en escala ampliada y cuantitativamente mayor de su inefectiva táctica. Un proyecto, desde luego, que la propia historia del Movimiento Comunista se ha encargado de desbaratar una y mil veces como plan operativo hacia la revolución.
[3] ¿Qué hacer?; en LENIN, V. I. Obras Escogidas. Progreso. Moscú, 1961, tomo I, p. 181.
[4] “La burguesía no puede existir si no a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción, y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ello todas las relaciones sociales”. Manifiesto del Partido Comunista; en MARX, K. y ENGELS, F. Obras escogidas. Akal. Madrid, 1971, vol. II, p. 25. La práctica como criterio de verdad muestra siempre que el espectro revisionista es incapaz de revertir esa atomización social de la burguesía por muy grandilocuentes que sean sus intentos de unificación y recomposición.
[5] De nuevo, las palabras del líder bolchevique en una de las obras de cabecera de todo comunista que se pregunte honestamente por el devenir de la humanidad y sus aspiraciones de libertad, no dejan lugar a dudas: “«cada paso del movimiento efectivo es más importante que una docena de programas». Repetir estas palabras en una época de dispersión teórica es exactamente lo mismo que gritar al paso de un entierro: «¡Ojalá tengáis siempre uno que llevar!»”. “Sin teoría revolucionaria tampoco puede haber movimiento revolucionario. Jamás se insistirá bastante sobre esta idea en unos momentos en que a la prédica de moda del oportunismo se une la afición a las formas más estrechas de la actividad práctica”. Invocar la insistencia de Zariá (revista teórica de los bolcheviques)en la “atención vigilante al aspecto teórico del movimiento revolucionario del proletariado” es uno de los rasgos de época de construcción de la vanguardia que, atendiendo al lapso entre dos ciclos históricos en que nos encontramos, no debería pasar por alto ningún comunista. Ibídem, pp. 136, 137.
[6] Línea Proletaria es accesible en formato físico y en soporte web en www.reconstitucion.net.
[7] ¿Qué hacer?; Ibíd., pp. 220-221.