Templar el acero, sembrar la tormenta

«Da pena ver a mi generación:
su porvenir es vago e inconsciente.
La abruma una estéril reflexión
y así envejece, escéptica e indolente.
(…) A la bondad y al mal indiferentes,
buscamos, antes que luchar, ceder,
huyendo riesgos temerosamente,
sumisos, como esclavos, al poder.»

Mijaíl Lérmontov

«Lo más preciado que posee el hombre es la vida. Se le otorga una sola vez, y hay que vivirla de forma que no se sienta un dolor torturante por los años pasados en vano, para que no queme la vergüenza por el ayer vil y mezquino, y para que al morir se pueda exclamar: ¡toda la vida y todas las fuerzas han sido entregadas a lo más hermoso del mundo, a la lucha por la liberación de la humanidad!»

Nikolái Ostrovski

Las dos citas que encabezan nuestro artículo pueden considerarse representativas del espíritu de sus respectivos tiempos. Entre ellas media, casi exactamente, una centuria. En los años 30 del siglo XIX, los sectores de avanzada de la sociedad rusa vegetaban confusos y desmoralizados tras el fracaso de la intentona decembrista (1825); por el contrario, en los años 30 del siglo XX, el entusiasmo del pueblo soviético reclamaba la construcción socialista y contribuía fervorosamente a su feliz consecución. ¿Qué ocurrió en ese escaso siglo para que el apesadumbrado y meditabundo ánimo de un Lérmontov (no en vano, el poema citado –de 1838– se ha traducido como Reflexión o Meditación[1]) se convirtiera en la convencida y convincente afirmación comunista de un Ostrovski? ¿Qué nos puede aportar a los comunistas del siglo XXI el conocimiento de este periplo del espíritu ruso, siendo nuestra desmoralizada realidad más parecida a la lúgubre descripción de Lérmontov que al luminoso grito de rebeldía –que hacemos nuestro– de Ostrovski?

Las «malditas preguntas»

Mientras Inglaterra definía la anatomía de la nueva sociedad burguesa, Francia trataba de digerir las consecuencias de su formidable Revolución y en Alemania se pensaba especulativamente sobre lo que los anteriores países habían conquistado, ¿qué podía aportar a la historia universal el país de los zares? Este interrogante fue tan profundamente sentido por varias generaciones de intelectuales rusos que está en la raíz de un tópico cultural que recorre todo el siglo XIX: las «preguntas malditas» (proklyatye voprosy[2]):

“«Malditas preguntas», frase que llegó a ser un clisé en la Rusia del siglo XIX para aquellas cuestiones morales y sociales básicas de que, tarde o temprano, debe tomar conciencia todo escritor, y luego enfrentarse a la alternativa de entrar en la lucha, o darles la espalda a sus congéneres, sabedor de la responsabilidad de lo que está haciendo.”[3]

Este tópico atravesó la creación literaria de varias décadas, ya que –al decir de Chernyshevski–, en Rusia “la literatura concentra por ahora casi toda la vida intelectual del pueblo, y por eso recae directamente sobre ella el deber de ocuparse precisamente de inquietudes tales que en otros países ya han pasado, por así decirlo, a ser manejadas especialmente por otras corrientes de la actividad intelectual”[4]. Semejante particularidad, sólo comprensible si se tiene en cuenta la brecha de negatividad[5] que hacía de Rusia un campo fértil para la revolución, aseguró un lugar de importancia histórico-universal a la literatura del viejo imperio de los zares. Aunque no carecería de interés indagar un poco más en las manifestaciones literarias de las diferentes generaciones de revolucionarios rusos (los decembristas de los 20, los revolucionarios de los 40[6], etc.), todas ellas emparentadas entre sí, está claro que el turning point se produce con los “nuevos hombres” de los 60. ¿Por qué?

El zarismo afirma, la vanguardia niega

Si lo miramos desde cierto punto de vista, el primer actor que se atrevió a responder a las «preguntas malditas» fue el propio zarismo. Tras el desastre militar de la Guerra de Crimea (finalizada en 1856 con la derrota de Rusia), el imperio se enrumba hacia la modernización del país, la industrialización y, también, hacia la liberación de los siervos (1861)[7]: afirmó su deseo de no quedarse atrás respecto al Occidente burgués y, al margen de su voluntad, entró en una corriente que sólo podía llevarle mar adentro, hacia el océano del modo de producción capitalista. La abolición de la servidumbre, contenida en la Reforma de 1861, venía siendo anhelada secularmente por el pensamiento de vanguardia ruso desde, por lo menos, principios de siglo. No obstante, la forma antidemocrática que adoptó decepcionó a los sectores más jóvenes de los medios progresistas, que rompieron tanto con cualquier confianza en las instituciones burocráticas de la autocracia como con la generación anterior (de los 40), más afecta a un moderado reformismo liberal de ascendencia inglesa. Este radical movimiento de negación[8] no dejó de reflejarse, antes que en ningún otro sitio, en la literatura rusa de la década. Como es ampliamente conocido, esta ruptura entre los jóvenes radicales y los viejos moderados, entre Padres e hijos, es el leitmotiv de la homónima novela de Turgueniev (1862); a esta obra responde Chernyshevski con su ¿Qué hacer?[9] (1863) –de donde toma Lenin el título para su famoso escrito de 1902; finalmente, Dostoyevski responde a Chernyshevski, desde su particular punto de vista, con su Memorias del subsuelo (1864), una combativa apología del irracionalismo. Lo interesante de esta polémica político-literaria es que es Turgueniev, en su novela, quien bautiza a lo que, desde entonces, se convendrá en llamar –con mayor o menor fortuna– nihilismo:

“—Nosotros actuamos en virtud de aquello que reconocemos útil –declaró Basarov–. En los tiempos actuales, lo más útil de todo es negar… y nosotros negamos.

—¿Todo?

—Todo.

(…)

—… Ustedes lo niegan todo, o dicho con más exactitud, lo destruyen todo… Pero luego es menester construir.

Eso ya no es cosa nuestra… Lo primero de todo es desescombrar…”[10]

Aunque el término nihilista fue ampliamente rechazado por la joven generación de los 60 (con excepciones como la del brillante Písarev), terminó siendo el epítome de la nueva actitud radical que surgió como negación de la Rusia que estaba alumbrando la Reforma de 1861. El personaje de Basarov, el nihilismo hecho carne, fue ampliamente utilizado –independientemente de la ingenuidad de su creador– por los medios reaccionarios para denunciar, caricaturizar y ridiculizar a la joven vanguardia del movimiento revolucionario ruso[11]. No obstante, en la respuesta de Chernyshevski, el desdichado personaje nihilista encuentra a sus congéneres en la “gente nueva” que elogia sin disimulo el autor de ¿Qué hacer?:

“Este tipo de personas nació hace poco y se reproduce con rapidez. Es hijo de la época, signo de la época y, ¿lo digo o no lo digo?, desaparecerá con su época. (…) Dentro de unos años, de muy pocos, les implorarán: ‘¡Salvadnos!’, y lo que ellos digan será ejecutado por todos. Al cabo de unos cuantos años (…) se les maldecirá y serán expulsados de la escena entre siseos y burlas. ¡Bah!, abucheadlos y burlaos de ellos, expulsados y maldecidlos: os han sido de provecho, y eso les basta; en medio de vuestra rechifla, bajo una tempestad de maldiciones, abandonarán la escena orgullosos y modestos, severos y dulces como han sido siempre. ¿No quedará en escena ninguno de ellos? —No. ¿Y qué sucederá faltando ellos? —Marcharán mal las cosas. Pero marcharán mejor que antes de aparecer ellos. Y con los años dirán las gentes: ‘La presencia de ellos mejoró la vida, aunque ha quedado mal’. Cuando así digan, habrá llegado la hora de que este tipo [de gente nueva –N. de la R.] renazca; y renacerá en mayor número y en formas mejores (…). Y se repetirá la misma historia en un aspecto nuevo, reproduciéndose una y otra vez hasta que la gente diga: ‘Basta, ya estamos bien’. Entonces dejará de existir este tipo por separado, porque todas las personas serán de este tipo y difícilmente creerán que hubo un tiempo en que dicho tipo era considerado como una cosa aparte y no como la naturaleza común de todos los hombres.”[12]

¡Vaya unas dotes adivinatorias! ¿Acaso no prevé aquí Chernyshevski, como le es históricamente posible (¡en 1863!), el movimiento en espiral ascendente de la Revolución Proletaria Mundial? ¿No nos ofrece la muy aproximada imagen de cómo la vanguardia debe disolverse elevando a las masas a su posición, hasta que toda la humanidad sea vanguardia? En cualquier caso, lo que nos interesa retener de este genial fragmento de la novela es que Chernyshevski engrandece a los jóvenes revolucionarios que Turgueniev, asombrado por su radicalidad, retrata mediante la figura de Basarov; la “gente nueva” del primero, los “nihilistas” del segundo y la “herencia de los años 60 y 70” que defiende Lenin contra el populismo son, esencialmente, lo mismo: la primera negación[13].

La negación de la negación del marxismo ruso

Para Lenin, “el populismo dio un gran paso adelante respecto a la herencia al plantear ante el pensamiento social, para resolverlos, problemas que los guardianes de la herencia (…) no habían podido plantear aún”[14]. El futuro líder bolchevique se refiere, esencialmente, a que el populismo fue la primera corriente de pensamiento que planteó abiertamente el problema del capitalismo y su lugar histórico. Pero, no obstante, “el populismo es ahora [1897] una teoría reaccionaria y nociva que desorienta el pensamiento social, que hace el juego al estancamiento y a la barbarie asiática.”[15] Esta noción de «pensamiento social» es otro lugar común en la cultura rusa del siglo XIX, y permite entender la continuidad del pensamiento revolucionario ruso.[16] Como dice un erudito historiador burgués:

“La intelligentsia fue una clase por encima de las demás clases que en la era populista ayudó a trasladar las preguntas malditas del siglo aristocrático a los movimientos malditos de la Rusia moderna.”[17]

Y es que, en efecto, el “populismo de acción” de los años 70 y 80 (el “ir al pueblo” y el terrorismo de Naródnaya Volia), en cuanto derivación política natural de la “herencia” teórica de la generación de los 60, tiene el mérito de vincular el pensamiento social de vanguardia con la práctica política concreta. A partir de aquí, durante las últimas dos décadas del siglo, los primeros marxistas rusos romperán con la ideología populista (por la bancarrota práctica de sus románticas concepciones teóricas) e irán conquistando la hegemonía de la juventud radical rusa. La literatura irá perdiendo, progresivamente, su privilegiado lugar entre el pensamiento ruso.

Una nueva afirmación

La negación de la negación –categoría dialéctica por antonomasia– es inseparable de la idea de direccionalidad: es el movimiento hacia una nueva afirmación, hacia una síntesis en un nivel superior. En el nivel de análisis en el que nos movemos (si se quiere, en el de la historia del espíritu ruso, históricamente determinado por la estructura económica y social del país), esta negación de la negación abarca desde el nacimiento del marxismo ruso de la mano de Plejánov hasta el Gran Viraje de finales de los años 20. En efecto, este lapso de tiempo contiene desde la decisiva reorientación del pensamiento revolucionario ruso –que vira hacia las ciudades y su proletariado– hasta la colectivización del campo y la efectiva industrialización del país –esto es, la cumplimentación del programa en torno al cual se habían organizado los marxistas revolucionarios rusos[18]. La nueva sociedad soviética que emerge en los años 30, habiendo sobrevivido a las calamidades de la Gran Guerra y de la Guerra Civil rusa y siendo un ejemplo vivo para el proletariado occidental y los pueblos oprimidos, volcó su entusiasmo en la construcción socialista.

“El hombre soviético de comienzos de la década del 30 estallaba de energía; era un constructor, un explorador, un viajero, un inventor y un técnico; por su gran confianza en sí mismo y en su país, su tono general era positivo.”[19]

Es en estos años (1930-1934) cuando Nikolái Ostrovski escribe su mítica obra Así se templó el acero. Propiciado por este contexto de optimismo revolucionario y con la consciente intención de contribuir a las tareas del Partido, Ostrovski echa la vista atrás para ofrecernos un vívido relato autobiográfico de las peripecias de la Guerra Civil en su región natal –reflejando tanto el heroísmo de la juventud proletaria que se suma a las filas bolcheviques como la brutal represión de los blancos, el hambre o el frío–, la organización de la juventud en torno al Partido bolchevique, la lucha contra el trotskismo, etc. Para cualquier crítico burgués esta obra no tendrá ningún mérito formal o estético… y es cierto que su segunda e inacabada novela, Nacidos de la tempestad (1936) está mucho mejor escrita. ¡Pero la fuerza de Así se templó el acero es un valor ideológico, político y estético en sí mismo!

Mirando las cosas con un poco más de perspectiva, la lectura de una novela semejante resulta también útil en el contexto del Balance del Ciclo de Octubre. Permite adentrarnos en un relato que, de primera mano, nos ilustra cómo operaba revolucionariamente la dialéctica masas-Estado[20]: el torrente de energías desatadas por caída del zarismo, sólo digeribles –y dirigibles– por el bolchevismo, resultaba absolutamente imparable. Tanto que miles y miles de proletarios rusos, como el propio Ostrovski, se vieron arrastrados casi sin quererlo a la orilla de la revolución. Y nos muestra también cómo esa dialéctica tenía aún recorrido histórico: permitió que varias generaciones de obreros y campesinos se educaran en los más elevados ideales elaborados jamás por la humanidad. La propia vida y obra de Ostrovski es una elocuente muestra de ello, y nos brinda un fiel retrato de la naturaleza del bolchevique, abnegado militante de la revolución y vanguardia de 13.800 millones de años de movimiento de la materia. El bolchevique, primera muestra histórica del cuadro comunista y semilla de un nuevo mundo, materializa el ideal de revolucionario que ya había delineado el pensamiento radical ruso, pues había que “comprender la necesidad de formar en los ‘nuevos hombres’ aquello que el propio Písarev calificaba de capacidad de ‘marchar a paso regular hacia una meta lejana, sin apartar ni un minuto la vista de ella y midiendo constantemente nuestras propias fuerzas con la distancia que deben recorrer…’”.[21] ¡Qué poco inventaron los bolcheviques! ¡Pero qué grandeza adquirieron al atreverse a hacer terrenales los seculares anhelos de la humanidad sufriente! ¡Y cuánto que aprender por nuestra parte!

Nuestro autor, un simple asalariado desde que dejó la escuela a los 12 años –fue friegaplatos, mozo de almacén, ayudante de fogonero y de electricista…–, se expresa con esta jovial y universalista elocuencia en la novela que tratamos:

“—He dado palabra, madre, de no arrullar a las muchachas hasta que no terminemos con los burgueses en todo el mundo. ¿Dices que habrá que esperar mucho? No, mamá, los burgueses no se sostendrán mucho tiempo… Habrá una sola república para todos los hombres, y a vosotros, las viejas y viejos trabajadores, os enviaremos a Italia, país muy cálido, situado a las orillas del mar. Allí, mamá, nunca hay invierno. Os instalaremos en los palacios de los burgueses y calentaréis al sol vuestros viejos huesecillos. Y nosotros nos marcharemos a acabar con los burgueses de América.”[22]

Además de este decidido internacionalismo –Ostrovski vio con sus ojos que era posible hacer luchar juntos a rusos, ucranianos, polacos, judíos, alemanes… y lo reflejó en sus dos novelas–, otro aspecto que destaca en sus obras es el papel de las mujeres:

“La conversación pasó a las imágenes femeninas de Nacidos de la tempestad. Kolia [diminutivo de Nikolái Ostrovski] se puso a hablar con mayor calor todavía que antes. Quería mostrar en la novela un amor y una amistad grandes, profundos, una actitud verdaderamente moral y humana hacia la mujer camarada.”[23]

Y logró esto no sólo huyendo de cualquier paternalismo o particularismo, sino vinculando como un verdadero marxista la lucha contra la opresión sobre la mujer con la batalla general por el Comunismo:

“Las madres, claro está, sufrís más. ¡Es terrible perder a los hijos! Pero, ¿qué se le va a hacer? Tú has sido miembro del Partido. Sabes muy bien que una vez iniciada la lucha no existe más fin que la derrota del enemigo, aunque se pierda, para lograrlo, lo que uno más quiere (…) No quiero censurarte por tu alejamiento del Partido. Suele ocurrir que los débiles no soportan el peso de la lucha. No todos han sabido mantener en alto, durante estos años, la bandera del Partido. Algunos se han retirado, entregándose por completo a su familia. Para ellos la destrucción del hogar equivale a la propia muerte. Pero ¿acaso la vida puede ser encerrada en esta habitación? ¡Piénsalo, Jadsia! Volverás a nosotros, querida, y encontrarás otra vez, en la lucha, la felicidad. Sucédanos lo que nos suceda, siempre te quedará en la vida un objetivo, el más noble y bello de los que conoce la humanidad.”[24]

A modo de conclusión

Como se dice en Marx Contra, “los comunistas necesitamos ejemplos”. La virtud del arte revolucionario –más aún, si se nos permite: del realismo socialista– es que nos brinda vívidos ejemplos concretos, históricamente reales o al menos plausibles, que nos conectan de un modo diferente –de un modo complementario al estrictamente teórico–, con los grandes ideales que queremos encarnar en nuestro tiempo. No se nos malinterprete. Nada puede despertar en nosotros mayor aversión que el revolucionario romántico, entregado a sueños supraterrenales y fantasías absurdas y que no aspira a ser un cuadro, teóricamente instruido y prácticamente capaz[25]. Hay que dar fundamento científico a la esperanza de consrtruir un mundo diferente, de un orden civilizatorio superior. Pero estas décadas de impasse entre dos ciclos de la Revolución Proletaria Mundial tienden a sembrar entre los proletarios, más bien, la más radical de las desesperanzas. Las épocas de crisis son dadas a esparcir la desmoralización. Que se lo digan a Lérmontov, o a todos los radicales rusos del siglo XIX que terminaron por volarse la tapa de los sesos. Ellos no tenían ejemplos como los nuestros.

Nosotros, por suerte, tenemos la herencia de todo el Ciclo de Octubre. Y, dentro de él, vidas tan heroicas y ejemplares –a la par que sencillas– como la de Nikolái Ostrovski, que antes de morir con poco más de 30 años –postrado en la cama por las secuelas de su paso voluntario por el frente en defensa del poder de los Soviets– nos dejó un enorme tributo en forma de novela autobiográfica, obra que insufla entusiasmo bolchevique a cualquier comunista dispuesto a enfrentar las tareas de nuestra época. Ninguna gran obra puede hacerse sin entusiasmo. ¿Qué hacer, entonces? Templemos el acero de la Reconstitución para sembrar la tormenta que arrase este mundo hediondo y haga nacer uno nuevo de sus cenizas. O, en otros términos, contribuyamos a que las palabras de Ostrovski se hagan realidad:

“La oscuridad se iba desvaneciendo poco a poco. Llegaba la aurora.”[26]

La Redacción
Junio 2020


[1] Meditación; en LÉRMONTOV, M. Poemas / Poesías líricas. Cátedra. 2014, Madrid, p. 221.

[2] El erizo y el zorro; en BERLIN, I. Pensadores rusos. Fondo de Cultura Económica. 1992, Madrid, pp. 82-83. Al menos en su traducción al castellano, las dos palabras que forman este concepto aparecen ordenadas indistintamente. Ello le confiere un sugerente doble significado: estas preguntas serían objeto de una condena divina (interpretación que podría hacer el pensamiento reaccionario-clerical), o bien sólo la insaciable, recurrente y, al fin, molesta llamada de la razón (lectura más probable de la intelligentsia progresista).

[3] Ibídem.

[4] CHERNYSHEVSKI, N. G. Ensayos sobre el período gogoliano de la literatura rusa. Cfr. PANTIN, I. El pensamiento socialista en Rusia: paso de utopía a ciencia. Progreso. 1979, Moscú, p. 53.

[5] La noción de brecha o hueco de negatividad hace alusión al abismo que separa las conquistas históricas de la humanidad de la realidad política de tal o cual país. Durante el Ciclo de Octubre, esta brecha ha propiciado el emerger del sujeto, cubriendo el hueco que no había podido llenar el desarrollo espontáneo de la historia con la actividad consciente del movimiento revolucionario. Para una mejor comprensión de esta idea, véase, por ejemplo, En la encrucijada de la historia: la Gran Revolución Cultural Proletaria y el sujeto revolucionario; en LÍNEA PROLETARIA, nº 0, diciembre de 2016, p. 62.

[6] Una impresionante muestra de este entrelazamiento de la vida cultural y política del país (que fueron una y la misma cosa durante décadas) nos la da el círculo de Petrashevski, del que participaron figuras tan dispares como un tal Speshnev (seguramente el primer comunista marxiano ruso, influido por la Miseria de la Filosofía) y el mismísimo Dostoyevski. Éste último, que leyó en una reunión de este grupo la famosa carta de Belinski (el más importante de los críticos radicales rusos de primera mitad del siglo XIX) a Gogol –donde el primero recriminaba al segundo su alineamiento con el zarismo– llegó a ser condenado a muerte por este hecho. Después de un simulacro de ejecución, se le comunicó la conmutación de la pena. Desde entonces viró hacia opiniones políticas reaccionarias.

[7] Vid. Había que tomar las armas: sobre los fundamentos materiales de Octubre; en LÍNEA PROLETARIA, nº 2, diciembre de 2017, p. 34.

[8] “Esta generación estudiantil iconoclasta [los ‘nuevos hombres de los sesenta’] llevó a cabo en cuestión de pocos años uno de los rechazos más totales y de más largo alcance de la tradición anterior que se ha dado en la historia de la Europa moderna. (…) Sería difícil exagerar la importancia de este «ataque de negación». Aunque quedó limitado prácticamente a la joven generación, afectó precisamente a aquellos talentos que serían los líderes en casi todos los campos de la actividad cultural en lo que quedaba de siglo.” BILLINGTON, J. H. El icono y el hacha. Una historia interpretativa de la cultura rusa. Siglo XXI. 2011, Madrid, p. 546 y 547. Lenin participa de esta opinión: “Los ‘ilustradores’ [estos hombres de los sesenta –N. de la R.] no se han preguntado en absoluto cuál habría de ser el carácter del desarrollo después de la Reforma, limitándose exclusivamente a la guerra contra los restos del régimen anterior a la Reforma campesina, a la tarea negativa de desbrozar el camino para una evolución europea de Rusia.” ¿A qué herencia renunciamos?; en LENIN, V. I. Obras Completas. Progreso. Moscú, 1981, tomo 2, p. 565 (la negrita es nuestra –N. de la R.).

[9] Algo que parece menos conocido es que, según todos los indicios, Chernyshevski parece concebir su novela también como respuesta, o quizá superación, de la obra de Herzen ¿Quién es culpable? (1846). Partiendo de un mismo planteamiento (un vulgar triángulo amoroso), lo que en Herzen no pasa de ser un relato dramático sobre las nefastas consecuencias personales del estancamiento ruso, en Chernyshevski permite revelar una explícita enseñanza ideológica. Una comparación entre ambas novelas nos deja entrever las diferencias políticas que llevaron a ambos revolucionarios a terminar rompiendo sus relaciones.

[10] Padres e hijos; en VV.AA. Maestros rusos. Planeta. Barcelona, 1960, tomo II, pp. 927-928.

[11] Ibídem, p. CXIII.

[12] CHERNISHEVKI, N. G. ¿Qué hacer? Gente nueva. Ediciones en Lenguas Extranjeras. Moscú, s/a, pp. 226-227.

[13] Nos resulta imposible detenernos aquí en el discutido problema, abordado de manera prolija por historiadores soviéticos y occidentales, sobre la filiación concreta que existe entre el pensamiento ilustrado de los 60 y el populismo. El asunto tiene la complicación añadida de que, por la censura zarista, la intelligentsia rusa tenía que referirse elípticamente a determinadas realidades, proliferando los sinónimos metafóricos. Sea como fuere, creemos que bastará decir lo que sigue: Chernyshevski, que justo antes de la extensa cita anterior se sitúa fuera de esa joven generación (“por desgracia, al ensalzar a estos hombres gloriosos no me ensalzo a mí mismo”), podría ser considerado como un “hombre de los 50”: hace de puente entre los exiliados à la Herzen (“hombres de los 40”) y los jóvenes post-Reforma (“hombres de los 60”). Esta ambivalente posición hace de su doctrina el principal contenido de “la herencia de los 60 y los 70” recogido por el marxismo ruso (pues lo mejor de sus discípulos viene del propio Chernyshevski) y, al mismo tiempo, una de las fuentes del populismo (corriente ideológica de la que Lenin rechaza sus “aditamentos” a la “herencia”).

[14] LENIN: Op. cit., p. 554. Sigue diciendo: “El planteamiento de estos problemas es un gran mérito histórico del populismo, y es completamente natural y comprensible que, al dar una solución (no importa cuál) a dichos problemas, el populismo haya ocupado por lo mismo un lugar de vanguardia entre las corrientes progresistas del pensamiento social ruso.” Ibídem.

[15] Ibíd., p. 555.

[16] BILLINGTON: Op. cit., p. 527. “El pensamiento social proporcionó una especie de puente intelectual entre la Rusia aristocrática y la proletaria.” Ibídem.

[17] Ibíd., p. 564.

[18] Véase, al respecto, Del Gran Debate al Gran Viraje: Trotsky, Stalin y el Partido del proletariado en 1924-29; en LÍNEA PROLETARIA, nº2, diciembre de 2017, pp. 72-97.

[19] SLONIM, M. Escritores y problemas de la literatura soviética, 1917-1967. Alianza. Madrid, 1974, p. 191 (la negrita es nuestra –N. de la R.).

[20] Esta dialéctica masas-Estado no es sino la expresión sociopolítica del contenido económico del sistema capitalista: la contradicción entre la producción social y la apropiación privada. Es, en otras palabras, la forma concreta en que se divide en dos la democracia burguesa: como constante interacción entre la espontaneidad social (las masas en multiforme movimiento) y su articulación e integración política (Estado). En el contexto del Ciclo de Octubre, dada la herencia democrático-revolucionaria que recoge el proletariado y la brecha de negatividad que antes mencionábamos, esta dialéctica permitió aún alumbrar la Revolución Proletaria Mundial, eso sí, a condición de la intervención (mediación) de la vanguardia comunista, que aportaba una direccionalidad nueva y superior.

[21] PANTIN: Op. cit., p. 128.

[22] OSTROVSKI, N. Así se templó el acero. Progreso. Moscú, s/a, p. 308 (la negrita es nuestra –N. de la R.).

[23] Ibídem, p. 21.

[24] OSTROVSKI, N. Nacidos de la tempestad. Grijalbo. México D. F., 1958, p. 87.

[25] “Hay gente a la que le gustan las aventuras peligrosas. Nuestra lucha no es para ellos sagrada. Estos elementos juegan a la revolución. Suelen sufrir esta enfermedad, sobre todo, los intelectualillos que han leído montones de novelas de aventuras. Cuando ven que el juego puede costarles la vida, comienzan a acobardarse. Juntos veremos quiénes deben constituir el núcleo fundamental de la organización. ¿A quién consideras digno de formarlo?” Ibídem, p. 116.

[26] OSTROVSKI, N. Así se templó…, p. 128.